«Nunca nadie ha escrito o pintado, esculpido, modelado, construido, inventado
sino para salir realmente del infierno». (
Vincent Van Gogh)

domingo, 24 de abril de 2011

el resto

Su libro, tan especial, había caído en manos de Sofía, para confirmarle que aquello que sentía en su interior, nunca podría ser significado plenamente; que sólo podría conformarse con presionar sobre ese oscuro límite para transmitir algo, aunque sea, de ese insondable misterio. Clarice Lispector le venía a hablar de esa imposibilidad, de ese incansable intento de transmitir lo inescrutable del ser.

Todo acto deja una huella y un desperdicio. La huella siempre está allí, estampada en la carne y el desperdicio, constituye un resto, la basura que hay que tirar. Clarice va a aferrarse tanto a la huella como al desperdicio, en su afán por mostrar algo de ¨su¨ imposible. Más aún, la huella y la basura son ella misma.

Alguien dijo un día sobre sus cuentos que aquello no era literatura, que era basura y ella contestó: ¨Estoy de acuerdo. Pero hay una hora para todo. Hay también la hora de la basura¨. Y por cierto que escribir sobre ¨eso¨ la hizo diferente a cualquier otra escritora, apresada en el límite entre la vida y la muerte.

Escribió un día que su madre estaba enferma antes de que ella naciera, de sífilis. Se la habían contagiado ¨los soldados rusos que la violaron, en Ucrania, durante los desmanes posteriores a la guerra civil bolchevique¨. Y que, por ¨una superstición muy difundida¨, por la cual se creía que tener un hijo curaba la enfermedad de una mujer, fue concebida deliberadamente para eso: ¨para curar a su madre¨. Sin embargo su nacimiento no curó a esa madre, que muere cuando Clarice tiene 9 años.

Esa fue la huella que la conviertió en ese resto que es su Macabea (*) interna, susceptible de ser tirada a una zanja. “Siento hasta el día de hoy esa culpa: me hicieron para una misión determinada y fallé. Sé que mis padres me perdonaron por haber nacido en vano. Pero yo no me perdono.”

Datos del artículo de Página 12
(*) Macabea: personaje de su novela ¨La hora de la estrella¨

sábado, 9 de abril de 2011

No es romántico sino real como un sueño

Sofía, un poco cansada de leer, había ingresado inesperadamente en un espacio antiguo, lejano, que creía muerto. Un dolor en la garganta la percató de que eso aún palpitaba en su ser. Ese día gris la arrastraba a aquel rincón de su mente envuelto en engañosa indiferencia. Allí estaban los recuerdos, descubiertos, sentidos como en los sueños, como si le estuvieran ocurriendo ahora, suspendidos en su propia mirada que miraba la mirada de él que no la abandonaba, que no le hablaba, que permanecía en ese envolvente misterio que la asustaba, a la vez que la atraía, porque era del orden de lo imposible, lo inalcanzable. Ambos habían sido sorprendidos en ese enredo mentiroso, sin haberlo querido, sin haberlo previsto, empujados a eso que había atravesado la necesaria distancia entre los dos.

Que un recuerdo tenga color a música parece algo raro pero eso era lo que ella sentía en sus latidos. Ahora mismo al volver a oír esa melodía sabía que él no había muerto y que al escuchar ese mismo canto tampoco él podría no recordar lo que ella recordaba. Tenía que acostumbrarse a la idea de que su propia muerte o la de él un día haría que eso que en su sangre hoy reverberaba no estuviera más en espacio ni en mente alguna. Sería sólo una historia de amor que no había sido -vaya paradoja ser lo que no se fue- sobre la cual nadie escribió pero que había sido pasión en algún tiempo y lugar. Que su cuerpo o el de ella expiraran hoy sin poder hablar de eso, sin recordarlo el uno con el otro, le daba inmensa pena a Sofía ¿por qué había sido tan cruel la vida al mostrarle eso tan efímero y leve que se eternizó en su memoria?.

Sólo le quedaban hoy imágenes escurridizas de aquel desvarío, de aquella partida, de aquel volverse hacia otros amores, hacia aquel obligado olvido. Y tampoco venía a ella algo de eso que tienen los poetas para escribir aquel anhelo, por eso no dejaba de pensar que tal vez fuera la fugacidad, esa huidiza condición, la que hacía a ese recuerdo tan real como un sueño.