Durante más de dos días había buscado la forma de comunicarle a Sofía sobre la carta recibida. Ya no podía esperar más así que, ni bien viera que salía de su cuarto, se lo diría sin más vueltas y así lo hice. Con asombro observé que no le sorprendió cuando le dije que Eric le había escrito y me pidió que le leyera el texto. Dice simplemente, Sra. Sofía: no encuentro el puente, mis saludos, Eric -le contesté.
Después de hacer un breve silencio me responde abstraída: ¨aunque él no me hubiera escrito esa carta yo ya lo sabía. Supe del puente que se busca, supe también que no hay puente. Lo supe hoy al despertar, nuevamente al despertar¨. Y después de una pausa agrega ¨Y tú ¿qué pensaste para ti mismo?¨
Yo le conté mis razonamientos, los que ustedes ya conocen, ante lo cual ella me dice sonriendo: ¨no está mal lo que pensaste, pero eso es sólo un aspecto de la cuestión, se parece a una justificación, de esas que uno se esfuerza en encontrar cuando no sabe el por qué¨.
¿Y usted lo sabe Sofía? -le pregunté.
¨A decir verdad no sé si lo sé pero hoy me vino a la mente algo como un saber, no razonado, que apareció nuevamente en un entre sueño y que me vi forzada a escribirlo en un papel rugoso. Fue como algo vivo que me golpeó en forma de frase y decía así: ¨No sólo él no encuentra el puente, tampoco tú¨. Enseguida me aparece una idea iluminada sobre el mismo papel, que me altera y me despierta, como si fuera un descubrimiento: ¨los puentes son imposibles¨. ¨Cómo hacértelo entender Ernesto. Imagínate observando bien, en detalle, la casa de Escher; allí verás una muestra de esta realidad que me fue mostrada en este sueño;
creemos estar en un mismo espacio pero sólo es ilusión. Caminamos seguros en él guiados por nuestra lógica binaria, pero pronto descubrimos que habiendo creído acercarnos en realidad nos habíamos alejado; dicho más apropiadamente nos perdíamos cada vez más. La cercanía máxima había sido sólo una sensación mentirosa. Pobre la razón, cuya condición, lejos de esclarecernos es la de engañarnos sin saber ella misma que es la primera engañada. ¡Por cierto mi Dios que ella hace muy bien su trabajo!.¨
Yo no salía de mi asombro al escucharla; después de un breve silencio agrega:
¨Hay que darle un punto final a esto; respóndele tú mismo, a modo de cortesía; que el texto de la carta diga ¨Yo tampoco¨, luego tráemela para que la firme. No debo ser yo quien le diga ¨no hay puente¨ porque es en vano. El deberá descubrirlo solo como yo o vivirá engañado toda la vida, aunque tal vez esto sea lo más deseable. Pero pensándolo bien, ¿no seré yo la que se está volviendo a engañar y quizá no sea cierto que no hay puente y entonces…¨
Sin poder contenerme le dije:
Señora, pare, deje de torturarse. Intente alivianar sus pensamientos y cuénteme alguna anécdota graciosa. ¿Es usted capaz? Sin contestarme y con evidente congoja se escabulló hacia su cuarto y apagó la luz. Pobre Sofía -pensé-, tal vez lo que le ocurre es que su razón no está haciendo tan bien su trabajo: el de engañarla suficientemente. ¿Perderá la razón mi señora?
Ernesto