«Nunca nadie ha escrito o pintado, esculpido, modelado, construido, inventado
sino para salir realmente del infierno». (
Vincent Van Gogh)

domingo, 6 de noviembre de 2011

La hora




Basta ya - se dijo Sofía - el taxi está esperando. Creo que no olvido nada.
Sofía sale.
El chofer, solícito al verla llegar, da la vuelta y le abre la puerta trasera.

-Tenga cuidado señora -dice mirándola con ojos asombrados. A ella no se le escapa el detalle.
Sofía sienta primero su cuerpo en el asiento y luego levanta las piernas hacia arriba para introducirlas en el coche. Respira profundo y erguidamente le indica al conducto la dirección del destino. El ahora la observa sin salir de su asombro por el espejito retrovisor. Sofía baja los ojos ruborizada.
- Parece que estamos de fiesta - comenta el chofer con una sonrisa al detenerse en un semáforo.
- Sí, voy a la fiesta de egresados.
El señor abre un poco más los ojos y aclara: - Al aniversario.
- Sí, sí, dice ella -un poco avergonzada.
- ¿Cuántos? ¿Cincuenta?
A Sofía se le cortó la respiración. La última palabra le hacía eco en su cabeza. Quedó muda mientras sentía que algo dentro de su cuerpo se empezaba a retorcer. Sintió ganas de vomitar. Le pareció que iba a desmayarse; comenzaba a transpirar.
- ¿Le pasa algo señora?
- Sí -balbuceó- ¿me puede llevar de nuevo a mi casa?
- Sí señora, pero ¿quiere que la lleve a una clínica primero? no se la ve bien.
- No, no, no, a mi casa.
Al llegar le costó sacar sus piernas y su cuerpo tembloroso y mojado del coche. Paga el frustrado viaje con 10 pesos, camina hacia la puerta y tantea sin acertar el agujero de la cerradura.
El taximetrero le pregunta de lejos si necesita ayuda. Ella entra sin contestar y corre hacia el baño. Una bocanada de líquido transparente mancha su vestido y salpica sus zapatos; la peluca salida de su lugar le cuelga por el cuello. Se arrodilla desfalleciente ante el inodoro y comienza a llorar largamente. Las lágrimas le lavan el rostro. Poco a poco se incorpora y va hacia la habitación. El desorden vuelve a angustiarla. Ve el espejo pero no se mira. Ya no lo necesita. Ha visto lo que tenía que ver.
***
El agua tibia terminó de lavar su cuerpo. Se puso el vestido negro, ese, que de tantos apuros la había sacado y unos zapatos al tono. Peinó su pelo ralo y empolvó sus mejillas con un poco de rubor para disimular su excesiva palidez. Tomó el teléfono y dudó. Ya no sabía si quería ir. Se reclinó sobre la almohada y se durmió. Al rato se despertó sobresaltada y creyó que había estado soñando. Presurosa miró la hora y pensó que todavía estaba a tiempo de ir. Marcó el número y al instante dijo:
- ¿Taxi?

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