«Nunca nadie ha escrito o pintado, esculpido, modelado, construido, inventado
sino para salir realmente del infierno». (
Vincent Van Gogh)

domingo, 28 de agosto de 2011

¿Por qué?

Sofía está logrando burlar mis controles. Está encerrada en su habitación pero no es, como otras veces, un encierro improductivo. Si esto sigue así me temo que quedaré sin trabajo, ese trabajo de exegeta en el que me había colocado, ella o yo, no lo sé. Hoy, entreabriendo la puerta me dio este breve escrito y susurró ¨¿por que?¨:
¨Eran momento de guerra, en las Malvinas los muchachos tenían frío, juntábamos unos pesos y alimentos para mandarles y te robaste el dinero. Cuánto odio acumulaste en ese corazón violento. Tus ojos intentaban penetrar en los mios y yo sabía que no debía dejarme seducir. Ojos grices, intensos, groseros, posesivos.

Yo era una mujer enamorada, pero no de ti, a ti te temía, pero igual me atraías. Era tu magnetismo peligroso el que me hacía huir. Nunca me atreví a abrirte la puerta, hubiera ocurrido una tragedia si te hubiera elegido porque habrías intentado doblegar mi rebeldía y yo, para entonces, era indomable. Elegí la ternura y no me arrepiento porque aquel que me salvó de ti me hizo vivir lo más hermoso que me pasó en la vida.

Pero nunca te olvidé.¨

viernes, 12 de agosto de 2011

El amor

Le resonaban a Sofía las palabras de Ernesto. Claro que no podía contar anécdotas graciosas, nunca había podido. ¿Y por qué no escribía sobre el amor?, se preguntó. Recordó que alguien le había hecho esa pregunta alguna vez, cosa que había olvidado junto con aquel misterioso hombre. Pero ¿qué decir sobre el amor? ¿qué es? ¿qué lo motiva? -pensó mientras tomaba su amada lapicera:
¨El amor no tiene que dar razones y aunque las diera no serían verdaderas. Hablar del amor es entonces una tarea imposible. Aunque no por no tener razones que lo justifiquen deja de ocurrirnos todo el tiempo. Es algo que pasa, que sorprende, que uno desea que no se vaya jamás cuando ha llegado. Y sin embargo, en estado de no amor vivimos la mayor parte del tiempo.
El decía que me amaba a mí, me escribía con pasión, pero yo no sabía de lo que me hablaba, si hasta pensé que se habría equivocado de destinataria. El pasaba por mi mente como una fugaz imagen que enseguida se desvanecía. El que no se desvanecía en mi mente era el que yo amaba. Aquella noche no había dormido pensando que al día siguiente vendría a buscarme. El, un chico de familia rica, tan bien vestido con aquel sobretodo gris, de mirada perdida, casi indiferente, vendría por mí a mi casa tan humilde.
¿Qué sentía por mí?. El no me decía que me amaba, sí me decía cómo le gustaba verme subir las escaleras con mis zapatos rojos de tacos altos y los talones desnudos. Me había abrazado en forma especial y temblaba. Yo sospechaba que algo fuerte le pasaba y sentía miedo de sus besos, eran como un torrente que me arrastraba y yo no sabía, con mis quinceañeros años, qué era lo que estaba pasando.
Lo supe un tiempo después, al caer la tarde. Lo ví a lo lejos, se acercaba a mí mostrándome su mano izquierda en la que brillaba un anillo. Yo lo miré sin entender. Me envolvía una rara sensación de extrañeza, como un alerta. Me voy -dijo- estoy comprometido y a fin de mes me caso en mi pueblo.
No se si siguió hablando, no se lo que hizo, ni lo que dije o hice yo. Mi tiempo se detuvo allí. No se si pasaron minutos u horas. Cuando reaccioné me encontré caminando por ese sendero angosto que me llevaba hacia mi casa pobre. Todo se había borrado en mi mente menos la imagen de su mano. Entré a mi cuarto, me saqué el abrigo negro que cayó hacia el suelo. Y al echarme sobre la cama vi que entre sus paños asomaban los tacos altos de los zapatos rojos.¨


Sentir