«Nunca nadie ha escrito o pintado, esculpido, modelado, construido, inventado
sino para salir realmente del infierno». (
Vincent Van Gogh)

sábado, 19 de noviembre de 2011

El Sur

Jorge Luis Borges

Desde uno de tus patios haber mirado
las antiguas estrellas,
desde el banco de
la sombra haber mirado
esas luces dispersas
que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar
ni a ordenar en constelaciones,
haber sentido el círculo del agua
en el secreto aljibe,
el olor del jazmín y la madreselva,
el silencio del pájaro dormido,
el arco del zaguán, la humedad
-esas cosas, acaso, son el poema.


Fuente: sololiteratura

Cómo nace un texto

Jorge Luis Borges

Empieza por una suerte de revelación. Pero uso esa palabra de un modo modesto, no ambicioso. Es decir, de pronto sé que va a ocurrir algo y eso que va a ocurrir puede ser, en el caso de un cuento, el principio y el fin. En el caso de un poema, no: es una idea más general, y a veces ha sido la primera línea. Es decir, algo me es dado, y luego ya intervengo yo, y quizá se echa todo a perder.

En el caso de un cuento, por ejemplo, bueno, yo conozco el principio, el punto de partida, conozco el fin, conozco la meta. Pero luego tengo que descubrir, mediante mis muy limitados medios, qué sucede entre el principio y el fin. Y luego hay otros problemas a resolver; por ejemplo, si conviene que el hecho sea contado en primera persona o en tercera persona. Luego, hay que buscar la época; ahora, en cuanto a mí "eso es una solución personal mía", creo que para mí lo más cómodo viene a ser la última década del siglo XIX. Elijo "si se trata de un cuento porteño", lugares de las orillas, digamos, de Palermo, digamos de Barracas, de Turdera. Y la fecha, digamos 1899, el año de mi nacimiento, por ejemplo. Porque ¿quién puede saber, exactamente, cómo hablaban aquellos orilleros muertos?: nadie. Es decir, que yo puedo proceder con comodidad. En cambio, si un escritor elige un tema contemporáneo, entonces ya el lector se convierte en un inspector y resuelve: "No, en tal barrio no se habla así, la gente de tal clase no usaría tal o cual expresión."

El escritor prevé todo esto y se siente trabado. En cambio, yo elijo una época un poco lejana, un lugar un poco lejano; y eso me da libertad, y ya puedo fantasear o falsificar, incluso. Puedo mentir sin que nadie se dé cuenta, y sobre todo, sin que yo mismo me dé cuenta, ya que es necesario que el escritor que escribe una fábula "por fantástica que sea" crea, por el momento, en la realidad de la fábula.

FIN


Fuente: Ciudad Seva

sentido


fuente

domingo, 6 de noviembre de 2011

La hora




Basta ya - se dijo Sofía - el taxi está esperando. Creo que no olvido nada.
Sofía sale.
El chofer, solícito al verla llegar, da la vuelta y le abre la puerta trasera.

-Tenga cuidado señora -dice mirándola con ojos asombrados. A ella no se le escapa el detalle.
Sofía sienta primero su cuerpo en el asiento y luego levanta las piernas hacia arriba para introducirlas en el coche. Respira profundo y erguidamente le indica al conducto la dirección del destino. El ahora la observa sin salir de su asombro por el espejito retrovisor. Sofía baja los ojos ruborizada.
- Parece que estamos de fiesta - comenta el chofer con una sonrisa al detenerse en un semáforo.
- Sí, voy a la fiesta de egresados.
El señor abre un poco más los ojos y aclara: - Al aniversario.
- Sí, sí, dice ella -un poco avergonzada.
- ¿Cuántos? ¿Cincuenta?
A Sofía se le cortó la respiración. La última palabra le hacía eco en su cabeza. Quedó muda mientras sentía que algo dentro de su cuerpo se empezaba a retorcer. Sintió ganas de vomitar. Le pareció que iba a desmayarse; comenzaba a transpirar.
- ¿Le pasa algo señora?
- Sí -balbuceó- ¿me puede llevar de nuevo a mi casa?
- Sí señora, pero ¿quiere que la lleve a una clínica primero? no se la ve bien.
- No, no, no, a mi casa.
Al llegar le costó sacar sus piernas y su cuerpo tembloroso y mojado del coche. Paga el frustrado viaje con 10 pesos, camina hacia la puerta y tantea sin acertar el agujero de la cerradura.
El taximetrero le pregunta de lejos si necesita ayuda. Ella entra sin contestar y corre hacia el baño. Una bocanada de líquido transparente mancha su vestido y salpica sus zapatos; la peluca salida de su lugar le cuelga por el cuello. Se arrodilla desfalleciente ante el inodoro y comienza a llorar largamente. Las lágrimas le lavan el rostro. Poco a poco se incorpora y va hacia la habitación. El desorden vuelve a angustiarla. Ve el espejo pero no se mira. Ya no lo necesita. Ha visto lo que tenía que ver.
***
El agua tibia terminó de lavar su cuerpo. Se puso el vestido negro, ese, que de tantos apuros la había sacado y unos zapatos al tono. Peinó su pelo ralo y empolvó sus mejillas con un poco de rubor para disimular su excesiva palidez. Tomó el teléfono y dudó. Ya no sabía si quería ir. Se reclinó sobre la almohada y se durmió. Al rato se despertó sobresaltada y creyó que había estado soñando. Presurosa miró la hora y pensó que todavía estaba a tiempo de ir. Marcó el número y al instante dijo:
- ¿Taxi?