Siempre que te acerques a algo que promete un goce, hazlo desde la más pura ingenuidad, me digo.
Acercarme a un autor, sobre cuyo nombre centellean luces de admiración, es uno de esos momentos y se parece a cuando uno se enamora sin conocer casi nada de ese que nos deslumbra.
Leer antes lo que dicen de él sus adoradores sería perderme la oportunidad de sentir lo que para mí el escribió. Si vivió, padeció, amó y plasmó desinteresadamente su tesoro, acercarme a su legado será para mí un instante sagrado. Será a mi modo, dándome la oportunidad de que su creación cobre una especial realidad en mí.
Estoy hablando de Goethe. Entrar a su universo fue comenzar a visualizar los efectos de su obra sobre la humanidad, de mil maneras diversas. Leer el Fausto fue abrir una puerta que conduce a un, desconocido hasta entonces para mí, mar de belleza y pasión. Empecé por el final, por un libro escrito en los últimos años de su vida. Ahora me voy a sus comienzos, a leer Las penas del Joven Werther.
Les iré contando. Su lectura tendrá más sentido para mí si luego sé que ustedes sabrán lo que él me despertó.
«Nunca nadie ha escrito o pintado, esculpido, modelado, construido, inventado
sino para salir realmente del infierno». (Vincent Van Gogh)
domingo, 19 de agosto de 2012
viernes, 10 de agosto de 2012
Fausto (*)
Era un hombre que aspiraba a ver más allá, a penetrar lo que se resiste. El saber, el amor, la visión de todo. Era presa de una angustia. Iba en pos de los bienes que apenas pueden ser rozados. No saciaba su apetito. Era el típico hombre a quien el atuendo humano lo constreñía, le cortaba las alas, esas alas que lo apuraban hacia el sol, cómo a Icaro, pero a las que debía conformar con cortos vuelos rasantes. Era el típico hombre de conciencia exacerbada, demasiado atenta al tiempo inexorable. Contemplativo y exaltado ante los dones del alma y la naturaleza. Atribulado ante los misterios. Aspiraba ansioso robarle brillantes al lodo. Era el típico hombre, terrenal hasta el hartazgo, que no podía escapar a las tinieblas inconfesas del deseo.
Sabía desde siempre que el desenlace sería en el último minuto, que la secuencia estaba encadenada y que nada ocurriría antes de lo debido.
Alguien que lo había amado, le había dado un nombre. Lo había situado en el mundo, pero también, lo había marcado con la engañosa aspiración de arrebatarle los secretos al mundo. No lo hizo humilde sino engreído por su notable parecido a los dioses. Propenso a engañarse. Presa facil para que, un diablo inteligente, multifacético y hábil seductor enmascarado, le prometiera darle lo imposible, poseerlo todo. Sin calcularlo pagó vendiéndole su alma y creyendo alcanzar la libertad absoluta. Ingresó al mundo del fuego sin poder volver atrás.
(*) Inspirado en la lectura del Fausto de Gothe
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