- señora, no se olvide del humor.
Ella le contesta:
- ¿ uh, mort ?. Sí, claro, no me olvido.
- estoy en eso -pensó.
Sobre la mesa estaban: la rubia y la morocha con flequillo. No le había bastado con una, se trajo las dos. En el medio de la habitación cerraba los ojos y se imaginaba entrando a la fiesta. Sabía que, a último momento, eligiría a la morocha; le quedaría mejor y le haría contraste con los ojos claros. Por fin había llegado el día. Desde la mañana había comenzado a dejar todo preparado para no olvidar detalle. Era una noche tan especial, en la que se encontraría con sus compañeros de la secundaria. El flaco iría también. Se había sentido privilegiada entonces al ser elegida por él para bailar el vals de egresados. Era tan lindo, el más lindo del grupo. Estarían también las chicas, las amigas y las del otro bando. Siempre hay diferencias insalvables entre las mujeres, con más razón dentro del aula. Las unas éramos nosotras y las otras eran ellas. Generalmente la plata marcaba la distinción. De hecho en aquel baile inolvidable se había notado esa diferencia entre su pobretón vestidito celeste, cosido con las manos de su amorosa madre y los finos y estilizados atuendos de ellas.
¿Cómo sería hoy?. ¨Distinto¨ se dijo ¨no pasará lo mismo¨; ella ahora había podido comprarse un vestido más lujoso, de seda, y era muy bonito. Pero no, su atención no había estado centrada en eso sino en la cabeza y en los pies. Su obsesión la había hecho entrar en aquella tienda. Cuando se la probó supo que era para ella. Era de ella. Era ella. Por unos segundos sintió que no había pasado el tiempo. Sin pensarlo dijo ¨la llevo¨ y cuando se estaba retirando volvió sobre sus pasos y le pidió a la vendedora: ¨deme esa también¨.
Y allí estaban las dos sobre esas cabezas de plástico. No quería volvérselas a probar. No sabía a qué le tenía miedo, tal vez a que no fuera a ver lo mismo en el espejo de su casa. Así pasó el día hasta que llegó la hora de comenzar a arreglarse. Comenzó por pintarse las uñas de rojo. El perfume importado garantizaría que no oliera a baratija y el labial también rojo le daría ese toque final tan necesario: la frutillita de la torta. Haría que el deseo escondido de los que la vieran llegar se tornara insoportable. Volvía a imaginarse, una y otra vez, la entrada a la fiesta, envuelta en los sonidos gloriosos del vals de Los Patinadores. El flaco al verla vendría a su encuentro, le ofrecería el brazo y todos girarían asombrados la cabeza con una expresión de asombro anhelante. De pronto se le presentó una duda: ¿podría entrar con esos zapatos de encaje negro de tacos tan pero tan altos?, ¿esos que había comprado aquella mañana arrebatada de feromonas?. ¨Por supuesto que sí¨-se dijo- ¨si yo andaba todo el día de tacos y ni necesitaba sacármelos cuando llegaba a mi casa¨. Pero, para no pensar tanto, mientras terminaba de preparar a esa muñeca de carne que iba apareciendo cada vez más nítidamente en el espejo, puso su canción favorita de aquellos momentos: Eres mi destino. Estaba como en un transe cuando decide llamar a Ernesto para que la ayudara a pintarse las uñas de los pies porque no alcanzaba. Se sorprendió pensando que algo había cambiado en su cuerpo comparándolo con aquella época pero, no, no, no hay gran diferencia -se dijo mirándose al espejo- nada de lo que veía reflejado era tan importante como para no poder disimularlo con inteligencia, pensó.
Continuará.....
¿Cómo sería hoy?. ¨Distinto¨ se dijo ¨no pasará lo mismo¨; ella ahora había podido comprarse un vestido más lujoso, de seda, y era muy bonito. Pero no, su atención no había estado centrada en eso sino en la cabeza y en los pies. Su obsesión la había hecho entrar en aquella tienda. Cuando se la probó supo que era para ella. Era de ella. Era ella. Por unos segundos sintió que no había pasado el tiempo. Sin pensarlo dijo ¨la llevo¨ y cuando se estaba retirando volvió sobre sus pasos y le pidió a la vendedora: ¨deme esa también¨.
Y allí estaban las dos sobre esas cabezas de plástico. No quería volvérselas a probar. No sabía a qué le tenía miedo, tal vez a que no fuera a ver lo mismo en el espejo de su casa. Así pasó el día hasta que llegó la hora de comenzar a arreglarse. Comenzó por pintarse las uñas de rojo. El perfume importado garantizaría que no oliera a baratija y el labial también rojo le daría ese toque final tan necesario: la frutillita de la torta. Haría que el deseo escondido de los que la vieran llegar se tornara insoportable. Volvía a imaginarse, una y otra vez, la entrada a la fiesta, envuelta en los sonidos gloriosos del vals de Los Patinadores. El flaco al verla vendría a su encuentro, le ofrecería el brazo y todos girarían asombrados la cabeza con una expresión de asombro anhelante. De pronto se le presentó una duda: ¿podría entrar con esos zapatos de encaje negro de tacos tan pero tan altos?, ¿esos que había comprado aquella mañana arrebatada de feromonas?. ¨Por supuesto que sí¨-se dijo- ¨si yo andaba todo el día de tacos y ni necesitaba sacármelos cuando llegaba a mi casa¨. Pero, para no pensar tanto, mientras terminaba de preparar a esa muñeca de carne que iba apareciendo cada vez más nítidamente en el espejo, puso su canción favorita de aquellos momentos: Eres mi destino. Estaba como en un transe cuando decide llamar a Ernesto para que la ayudara a pintarse las uñas de los pies porque no alcanzaba. Se sorprendió pensando que algo había cambiado en su cuerpo comparándolo con aquella época pero, no, no, no hay gran diferencia -se dijo mirándose al espejo- nada de lo que veía reflejado era tan importante como para no poder disimularlo con inteligencia, pensó.
Continuará.....