Hoy su ciudad le parecía Buenos Aires, no había tenido que ir hacia ella sino que ella había venido a su encuentro. De los tilos percibía el perfume y sentía esa antigua sensación de familiaridad. La sonrisa de su boca se hacía más amplia cuando saludaba a alguien que pasaba; creía estar regalando algo a su paso.
Pronto llegó, de la persona menos esperada, esa frase casi olvidada que siempre la hizo sentir existente. Si alguien la había visto y recordaba entonces era verdad que había vivido.
Sofía caminó rápido por las callecitas del centro, como sabiendo a dónde iba; al llegar entró al negocio de zapatos y los miró dispuesta a llevárselos. Eran negros, labrados, de encaje y con tacos muy altos. Cuando se los calzó observó sus uñas rojas asomar por la punta; al erguirse sintió que su columna vertebral se enderezaba. Nuevamente esa sensación de que lo perdido no se había ido del todo. Vio que, desde el espejo, la mujer que era ella misma la miraba y le decía ¿por qué no?. Salió del local liviana, casi volando, sabía que había adquirido algo valioso y que eso, como su ciudad, había venido a su encuentro.
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