
Su vida empezó a cambiar, se hizo más intensa, cuando Elena vino a vivir al barrio y muy cerquita de su casa. Pronto se transformarían en amigas inseparables. Estaban siempre juntas, gustaban de sentarse a divagar, apoyadas en el paredón de la esquina. Se contaban todo lo que sentían y hasta filosofaban. Les gustaba ver pasar a los obreros que volvían de trabajar al caer la tarde y se enamoraban siempre del mismo chico. La recién llegada era muy educada y obediente, todo lo contrario a Sofía, quien no conocía muy bien las reglas de convivencia. Sólo caía en la cuenta de que se había desubicado cuando la madre de Elena, le echaba una mirada fulminante.
Cuando fue un poco más grande, comprendió que no quería aprender las reglas, le molestaba el mundo de los adultos, como cuando era chica y entonces, lo que parecía mala educación era, en realidad, una negativa a adaptarse. Un día comprendió que lo que estaba bien o mal, para ella, no era lo que pensaban la mayoría de las personas. Cada vez le costaba más acomodarse a un modo de vivir que no entendía. Demás está decir que sus incursiones en el amor terminaban siendo muy cuestionadas, cosa que tampoco alcanzaba a comprender. Esto le había acarreado no pocos problemas y muchas angustias con el paso del tiempo, pero ella no podía relacionar esas complicaciones con sus resistencias a adaptarse, como correspondía a una buena niña.
Sus acérrimas enemigas eran las vecinas, a las cuales trataba de esquivar, no lográndolo la mayoría de las veces. Elena no tenía ese problema y esas mismas vecinas, a ella, la querían mucho. A veces se preguntaba si su madre no habría agradecido tener una hija como su amiga, que no tuviera nunca un novio y que, cuando lo había tenido, se había casado con él, hasta que se murió y quedó viuda; y con 4 hijos que la ocuparon de tal manera que, la amistad, se fue diluyendo. Sofía pensó que un día, cuando los niños fueran grandes, podría volver a encontrarse con ella, pero no fue así, sus hijos la rodearon tanto que hicieron sus casas alrededor de la de ella y las cosas no cambiaron jamás.
Su destino había sido muy distinto al de su amiga. Como no tenía sentido del peligro, su vida había estado plagada de caídas, enredos y descarrilamientos, de los cuales siempre salía airosa sin saber cómo.
Un día, la casualidad, le había hecho llegar el concepto de Banda de Moebius, que, como era casi una constante, no había podido entender. Ese tema la mantuvo obsesionada un buen tiempo hasta que, alguien, le había explicado el asunto y se había sentido identificada. Comprendió así que la vida, contrariamente a lo que había creído cuando era chica, no era una linea recta, algo así como una carretera en la pampa, sino un sendero difícil, con unas vías sinuosas y sin una dirección sabida. Cuántas veces mientras ella había pensado ir hacia adelante, había ido hacia atrás. Cuántas veces había perdido la noción entre eso que creía era lo de adentro y lo de afuera; más bien había empezado a creer que era indistinto y que pasaba sin darse cuenta de un lado para el otro. Entendió también que la vida no tenía fin, que en todo caso la que tendría fin sería ella misma y que cuando eso ocurriera ni se daría cuenta a pesar de ser la principal interesada.
Por eso, aunque no le gustara mucho pensarlo, eso que le habían enseñado, se ajustaba más a la realidad que sus ideas infantiles. La vida era como un tren especial que parecía ir en una dirección cuando en realidad iba en la otra, que cuando pretendía llegar a un lugar llegaba a otro, y que, cuando creía estar arribando en verdad se estaba alejando.
Después que se había roto la cabeza para entender eso, un día Sofía, cuando finalmente había aprendido a manejar las computadoras, se sorprendió ante un esclarecedor dibujo que cayó en el rectángulo de su pantalla. Comprendió que hay gente que la tiene clara y la hace muy sencilla. Entonces, sin egoismo ni falsas expectativas, decidió mostrarlo para aquellos que todavía están inmersos, igual que ella, en esa privilegiada disyuntiva de entender qué es la vida. Y aunque no tuviera sentido ese desenlace -pensó- era adonde, sin saberlo, había llegado.

"Bienvenidos al tren", dibujo de Daniel Paz. Extraído del blog "Webujos" http://danielpaz.com.ar/blog/2010/12/bienvenidos-al-tren/