«Nunca nadie ha escrito o pintado, esculpido, modelado, construido, inventado
sino para salir realmente del infierno». (
Vincent Van Gogh)

domingo, 25 de marzo de 2012

un tren especial

Sofía, desde que tuvo cierta conciencia, siempre pensó que eso que llamaban vida era en realidad un camino en linea recta, un camino largo que se perdía en el horizonte. Pensaba que al final había algo que se llamaba muerte, que era el fin, pero como estaba detrás de esa línea tan lejana dejó de preocuparse. Pudo así estar contenta la mayor parte del tiempo y tener esperanzas en esa ¨vida que tenía por delante¨ como le decía su mamá. Pero cuando, muchas veces, se echaba sobre la cama y escuchaba, lejanos, los ruidos del mundo exterior, tenía la sensación de que ese mundo no le pertenecía o que ella no pertenecía a ese mundo. Su cobijo era su casa. Nunca sospechó que ese sentimiento la acompañaría siempre.

Su vida empezó a cambiar, se hizo más intensa, cuando Elena vino a vivir al barrio y muy cerquita de su casa. Pronto se transformarían en amigas inseparables. Estaban siempre juntas, gustaban de sentarse a divagar, apoyadas en el paredón de la esquina. Se contaban todo lo que sentían y hasta filosofaban. Les gustaba ver pasar a los obreros que volvían de trabajar al caer la tarde y se enamoraban siempre del mismo chico. La recién llegada era muy educada y obediente, todo lo contrario a Sofía, quien no conocía muy bien las reglas de convivencia. Sólo caía en la cuenta de que se había desubicado cuando la madre de Elena
, le echaba una mirada fulminante.

Cuando fue un poco más grande, comprendió que no quería aprender las reglas, le molestaba el mundo de los adultos, como cuando era chica y entonces, lo que parecía mala educación era, en realidad, una negativa a adaptarse. Un día
comprendió que lo que estaba bien o mal, para ella, no era lo que pensaban la mayoría de las personas. Cada vez le costaba más acomodarse a un modo de vivir que no entendía. Demás está decir que sus incursiones en el amor terminaban siendo muy cuestionadas, cosa que tampoco alcanzaba a comprender. Esto le había acarreado no pocos problemas y muchas angustias con el paso del tiempo, pero ella no podía relacionar esas complicaciones con sus resistencias a adaptarse, como correspondía a una buena niña.

Sus acérrimas enemigas eran las vecinas, a las cuales trataba de esquivar, no lográndolo la mayoría de las veces. Elena no tenía ese problema y esas mismas vecinas, a ella, la querían mucho. A veces se preguntaba si su madre no habría agradecido tener una hija como su amiga, que no tuviera nunca un novio y que, cuando lo había tenido, se había casado con él, hasta que se murió y quedó viuda; y con 4 hijos que la ocuparon de tal manera que, la amistad, se fue diluyendo. Sofía pensó que un día, cuando los niños fueran grandes, podría volver a encontrarse con ella, pero no fue así, sus hijos la rodearon tanto que hicieron sus casas alrededor de la de ella y las cosas no cambiaron jamás.

Su destino había sido muy distinto al de su amiga. Como no tenía sentido del peligro, su vida había estado plagada de caídas, enredos y descarrilamientos, de los cuales siempre salía airosa sin saber cómo.

Un día, la casualidad, le había hecho llegar el concepto de Banda de Moebius, que, como era casi una constante, no había podido entender. Ese tema la mantuvo obsesionada un buen tiempo hasta que, alguien, le había explicado el asunto y se había sentido identificada. Comprendió así que la vida, contrariamente
a lo que había creído cuando era chica, no era una linea recta, algo así como una carretera en la pampa, sino un sendero difícil, con unas vías sinuosas y sin una dirección sabida. Cuántas veces mientras ella había pensado ir hacia adelante, había ido hacia atrás. Cuántas veces había perdido la noción entre eso que creía era lo de adentro y lo de afuera; más bien había empezado a creer que era indistinto y que pasaba sin darse cuenta de un lado para el otro. Entendió también que la vida no tenía fin, que en todo caso la que tendría fin sería ella misma y que cuando eso ocurriera ni se daría cuenta a pesar de ser la principal interesada.

Por eso, aunque no le gustara m
ucho pensarlo, eso que le habían enseñado, se ajustaba más a la realidad que sus ideas infantiles. La vida era como un tren especial que parecía ir en una dirección cuando en realidad iba en la otra, que cuando pretendía llegar a un lugar llegaba a otro, y que, cuando creía estar arribando en verdad se estaba alejando.

Después que se había roto la cabeza para entender eso, un día Sofía, cuando finalmente había aprendido a manejar las computadoras, se sorprendió ante
un esclarecedor dibujo que cayó en el rectángulo de su pantalla. Comprendió que hay gente que la tiene clara y la hace muy sencilla. Entonces, sin egoismo ni falsas expectativas, decidió mostrarlo para aquellos que todavía están inmersos, igual que ella, en esa privilegiada disyuntiva de entender qué es la vida. Y aunque no tuviera sentido ese desenlace -pensó- era adonde, sin saberlo, había llegado.



"Bienvenidos al tren", dibujo de Daniel Paz. Extraído del blog "Webujos" http://danielpaz.com.ar/blog/2010/12/bienvenidos-al-tren/

domingo, 18 de marzo de 2012

poema irracional



3 1 4 1 5 9 2 6 5 3 5 8 9 7 9 3 2 3 8 4

Veo y dejo a Sofía atravesar el umbral,
salir sin culpa,
deslizar amarguras sutiles,

anhelante,
con la luz entrando vana.




Cada palabra del texto se corresponde,
en número de letras, con las primeras
veinte cifras del número irracional Pi,
sin alterar el orden


Fuente de la imagen: Zurditorium

sábado, 17 de marzo de 2012

Camino a la Ensidesa


Iban semidormidos, la mayoría hombres, sólo dos o tres mujeres mezcladas en esa treintena de varones. Pero ese lunes, había ocurrido algo que sacudía esa dormidera de las 6 de la mañana que, el monótono movimiento del autobús hacia la fábrica, provocaba.

Era esa jovencita de 18 años, de tacos y pelo muy oscuro, que enmarcaba su rostro fino y de piel blanca. Las miradas no se apartaban de ese cuerpo, envuelto en un trajecito de lana marrón clarito, con un bordado en la pechera escotada. Nada exhuberante había en esa figura, pero las tórridas miradas se encargaban de quitar o poner lo que les era necesario.

En ese primer día, alguien, tuvo el privilegio, por la cercanía que le tocó en suerte, de cederle el asiento, cortesía que ella aceptó con una leve sonrisa. La joven, niña aún, se acomodó, giró sus ojos hacia la ventanilla y fijó su mirada, como perdida, en el horizonte; sin advertir que cada gesto suyo era seguido por aquellas intrigadas y deseantes miradas. Absorta, vuelta sobre sí misma como estaba, se sobresaltó al percibir que el autobús se detenía y alguien anunciaba que había que descender. Habían llegado a la fábrica. Caminó junto al grupo, todos iban hacia el mismo lugar.

Al día siguiente, pueblo chico infierno grande, la mayoría sabía, sin que ella hubiera abierto la boca, que era ¨americana¨ que había venido a Villalegre con su familia y que había necesitado buscar trabajo. Nadie se acercaba a preguntarle nada, pero todos trataban de imaginar su vida y sus por qués. Sin advertir el alboroto que causaba, cada mañana llegaba a la parada, con su trajecito marrón y sus tacos; ascendía silenciosamente al autobús, se sentaba en el asiento que tácitamente le reservaban, se arreglaba la falda y volvía a perder la mirada en la lejanía.

Algunos días después alguien se animó a preguntarle si le permitía ir junto a ella unos metros, hasta el portal de entrada de las oficinas y ella accedió. Día a día se repetía este acompañamiento hasta que, de a poco, comenzó a darse un cierto diálogo, que permitió al ansioso joven responderse a sí mismo, algunas preguntas. Supo que ella era de la Argentina, que había tenido que ir a ese lugar del norte de España, forzada por cuestiones familiares y que, detrás del horizonte, más allá del mar, ese inmenso mar que había tardado 15 días en surcar, habían quedado sus amigos llorando, su casa que ya no era suya, su tero y su conejo y las dalias que su mamá tanto quería. Que sólo había preservado ese anillo de oro, que su compañero del baile de egesados le había regalado, pero que había tenido que desprenderse de sus dibujos y de sus libros de piano.

- ¿Qué miras a lo lejos? - se animó a preguntar el joven.

- No puedo quitar de mi retina un recuerdo: el llanto de mis amigos y amigas al despedirme en la estación, el rostro de mi amiga, de cuerpo pequeñito, que su novio elevaba para que alcanzara a darme un beso por la ventanilla, cuando el tren comenzaba a moverse, y cómo, esa imagen, fue quedando atrás hasta ser nada más que un punto.

viernes, 16 de marzo de 2012

Agradable sorpresa

Quiero contarles que presenté este pequeño cuento en el ¨XXXI Concurso Internacional de Poesía y Narrativa. Audiolibro ¨Unidos por el Mundo 2012¨ y lo distinguieron con una Mención de Honor en el género narrativa entre 1045 trabajos de 490 participantes. Pero, principalmente, quiero decirles que estoy muy contenta, porque siento que, aún no siendo una escritora, amo poder escribir; que esas pequeñas y furtivas frases que aparecen al despertar, o dan vueltas en mi cabeza cuando no puedo dormir, se transformen en esas letras de incógnito sentido para que ustedes le agreguen el propio.

Gracias al Instituto Cultural Latinoamericano y a mis amigos.

***


Hojas en blanco

Por Caléndula


Como todos los días estaba en su cuarto intentando escribir. Papeles y libros sobre el pequeño escritorio, la mente en blanco y un girar siempre alrededor de los mismos significantes. Por la ventana se veía declinar la tarde en las sombras. Sofía dejó caer su cabeza sobre las hojas, tratando de capturar esa idea que rondaba por su mente, de apresarla y darle forma, pero la venció el sueño. De pronto una leve brisa fría la despierta en la ya ensombrecida habitación. Le parece que algo la obliga a mirar hacia un lado; al girar la cabeza alcanza a ver que una pared pequeña, de tres hileras de ladrillos, había sido levantada frente a la puerta de su cuarto. A pesar de sentir una cierta extrañeza se convenció de que no era algo importante, que era sólo producto de su imaginación o una ilusión óptica en la tenue oscuridad. Sus ojos se cerraban, no quería pensar más, se levantó a tientas, se metió en la cama y nuevamente se durmió.

La noche transcurría cuando ciertos ruidos alteraron su sueño, pero no lograron despertarla del todo; sólo se sobresaltó cuando una inoportuna luminosidad penetró por algún lugar de la habitación, cercano al techo. Se asombró nuevamente cuando divisó ahora que ambas, la ventana y la puerta, habían sido selladas completamente con ladrillos. Se percató, también, de que no se escuchaba el bullicio cotidiano de la mañana, el reloj marcaba las ocho y media; a esa hora los ruidos de la calle deberían inundar el ambiente, pensó, pero enseguida se distrajo con el reflejo blanco de las hojas que reposaban sobre el escritorio. Sus ojos heridos se humedecieron, otra vez esa familiar y recurrente angustia al comprobar que, en su mente, brillaba tanto blanco como en las hojas.

Pensó en Julián, él ya debía estar en su oficina, la cama de su lado estaba desordenada, había dormido junto a ella y seguramente se había levantado sigilosamente para no despertarla. El era siempre tan silencioso, obstinadamente silencioso. Sofía sentía ese silencio como si fuera un muro, no escucharlo era para ella como no poder verlo, no poder imaginarlo, no sabía nada de él a pesar de que hacía tiempo que compartían la vida juntos. En los primeros años de la relación ella le había reclamado, insistentemente, que fuera más explícito sobre sí mismo, que le hablara, que vivir así era cruel, que era como estar sin piel, que dolía. Y él le decía ¨pero yo estoy¨ y era verdad él estaba, siempre estaba.

Así fue que Sofía comenzó a encerrarse poco a poco en su cuarto a escribir, porque ya no le alcanzaba con leer para calmar su creciente zozobra. Al principio le había resultado fácil narrar historias, pero al poco tiempo el bloqueo, otra vez el muro, el escribir también se le negaba. Entonces decidió que tampoco quería hablar más ¿para qué? ¿para quién? ... haría como Flaubert callaría para siempre. Pero, cuando cerraba su boca, las lágrimas le humedecían el rostro. Alguien la había llevado un día a un psicoanalista aunque de esa experiencia sólo recordaba que una vez él le había hablado de una falta, cosa que ella no había entendido. Sólo con el tiempo comenzó a ver que esa especie de agujero, que llevaba siempre consigo, podría tratarse de esa falta; y, que no sólo no la abandonaría sino que siempre había estado con ella, solapada; tal vez sólo la muerte… ¿cómo sería estar muerta? ¿no lo estaría ya?, en ese momento, al escuchar el mismo canto de los pájaros que oía cuando visitaba la tumba de su padre se dijo: ¨sí, efectivamente estoy muerta, no es feo, no se siente nada, si hasta puedo abrir los ojos¨ y al hacerlo vio un rayo de sol que entraba por la ventana y se posaba sobre las hojas en blanco que esperaban sobre su pequeño escritorio.

Todavía entre dormida Sofía tomó su lapicera y escribió.

FIN

domingo, 11 de marzo de 2012

La cuestión del ser


El tiempo había pasado. Cecilia observaba cómo se comunicaban las personas y suponía que, ellas, habían resuelto el problema. No era ese su caso. No poder comunicar era su drama, para ella, una tragedia de toda la vida. En la adolescencia, su diario fue el testigo de que, esa, había sido la causa de su angustia.

La vida le había enseñado muchas cosas, pero nunca lo que los otros parecían saber. En su solitario desconcierto había confiado en que escribir, le acercaría la solución. Pero no. Veía que siempre estaba parada en el punto de partida. Pretendió escribir sencillamente, en un lenguaje que los otros entendieran, pero al hacerlo supo, que eso no mostraba, en nada, sus deseos. En otras ocasiones, logró hacer que sus anhelos enhebraran a sus letras, resonando a verdaderas, pero supo ahí, que sus palabras no eran entendidas. Un día comprendió, que estaba encerrada y maniatada; si buscaba que su texto se entendiese, se llenaba de sentidos, si se acercaba a expresar su sin razón, el sinsentido la invadía.

Luego decidió que, aunque problemática, la elección estaba allí, en el caer, para un lado o para el otro. Difícil acto este porque, siempre, algo esencial se perdería. Sin embargo la esperanza seguía allí, de escribir para alguien, de quien le volviera algo similar a un ¨entendido¨, y que a la vez no fuera un acuerdo racional. Quería alterar el lenguaje, sustraerlo de su cárcel, burlar su propia la lógica. Pero ¿cómo ser incorrecta y no quedar fuera del mundo?.


Así había sido toda su vida aún sin tener conciencia. Recordaba ahora que siempre había escrito, como un mecano, la frase: la resolución del problema... Se había torturado buscándole un predicado a lo inconcluso. Más, ni siquiera, había descubierto la esencia del problema.

Hoy, que la vida se empeñaba en mostrarle lo imposible veía que la llamada elección no se trataba de elegir o una cosa o la otra, sino de sostener las dos al mismo tiempo; o eran juntas o no eran nada.
Paradoja del alma humana. ¿Habría que resolverla? No. Intentarlo sería inútil. Mejor caminar el fino borde, de soportar una suerte de locura o un no te entiendo, o aún la indiferencia.

Es como si alguien interceptara el camino y pidiera: la bolsa o la vida. Le diera lo que le diera perdería. No hay enmudecimiento o sentido. Se trata solamente de hablar. El otro puede no saberlo, no ser conciente, pero está en la misma encrucijada.

Si callo me habré ido.

Hay un vacío, un hueco insalvable en la resolución, y eso es lo que debe ser sostenido. No intentar llenar la falta con sentido. Aunque vivir sin sentido se parezca a no vivir, caminar al borde del abismo no es caer, es otro modo de vivir. Dejar ser al ser en ese hueco. Se puede hasta subvertir el lenguaje, pero el hueco no se irá. ¿Se puede escribir cualquier cosa o de cualquier manera, entonces?, nadie lo dirá, esa es la cuestión.



Fuente de la imágen: espacio fotográfico

domingo, 4 de marzo de 2012

Un lugar




He llegado al fin, después de casi un día. Todo parece igual, el mar, las acacias, el camino de hojas secas. Sigue allí todavía, la casita de la magia, blanca, misteriosa y vacía. La bomba de agua está quieta y en este anochecer no se escuchan los silbidos, ni hay mate, ni fogón, ni leño ardiendo. La playa, solitaria, murmura su penumbra y observan las estrellas recelosas, la quietud de las sombras y el fulgor en la cresta de las olas. No hay huellas en la arena, los sonidos y las voces se han borrado. Está triste la Villa, sin ellos, los magos que inventaban realidades. Era simple la propuesta: decir lo que se siente mirando el fuego enloquecido y hacia arriba las estrellas. Fue allí donde ocurrió sólo una vez. Furtivamente. Suavemente buscando de cuidar a la hermosura. Ahora estoy aquí, volviendo para convencerme, de que existió un lugar. Todo está quieto, perfumado y húmedo, pero ellos ya no están. Volví al pasado para llevarme la brisa y los aromas y encuentro solos a los viejos troncos y repiqueteando entre las ramas, un nostálgico gorjeo de gorriones. Todo parece igual, el mar, las acacias, el camino de hojas secas, la bomba quieta pero ellos, ya no están.